(2 Timoteo 3:12)
Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución.
Jesús no ofrece la esperanza de alcanzar glorias y riquezas terrenales, de vivir una vida libre de pruebas. Por el contrario, nos llama a seguirle por el camino de la abnegación y la humildad. El que vino a redimir al mundo sufrió la oposición de las fuerzas regimentadas del mal. En una confederación despiadada, hombres y ángeles malvados se han aliado contra el Príncipe de la Paz. Cada uno de sus actos y sus palabras revelaban la compasión divina, y su disconformidad con el mundo provocaba la más dura hostilidad.
Así será con todos los que estén dispuestos a vivir comprometidamente en Cristo Jesús (2 Tim. 3:12). La persecución y la calumnia esperan a todos los que están llenos del Espíritu de Cristo. El tipo de persecución cambia con el tiempo, pero el principio -el espíritu que la impulsa- es el mismo que ha provocado la muerte de los elegidos del Señor desde los días de Abel.
En cada época, El enemigo ha perseguido al pueblo de Dios. Ha torturado y asesinado a sus hijos, pero se han convertido en vencedores al morir. Dieron testimonio del poder de Uno que es más fuerte que Satanás. Los malvados pueden torturar y matar el cuerpo, pero no pueden tocar la vida que está escondida con Cristo en Dios (Col. 3:3). Pueden atar a hombres y mujeres en las cárceles, pero no pueden limitar su espíritu.
A través de las pruebas y las persecuciones, la gloria -el carácter- de Dios se revela en sus elegidos. Los creyentes en Jesús, odiados y perseguidos por el mundo, son educados y disciplinados en la escuela de Cristo. En la tierra caminan por senderos estrechos y son purificados en el horno de la aflicción (Isa 48:10). Siguen a Cristo en medio de dolorosos conflictos, soportan la abnegación y sufren amargas decepciones; pero así aprenden el significado de la culpa y la consecuencia del pecado y lo miran con aborrecimiento. Habiendo sido partícipes de las aflicciones de Cristo, pueden contemplar la gloria más allá de las tinieblas, diciendo: «Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.» (Rom. 8:18).