Piensa por un momento en la moneda de menor valor de tu país; al pensar en ella posiblemente lo que venga a tu mente es que su valor es prácticamente insignificante. Y, de hecho, la mayoría quizás si ve una en el suelo, no pierdan su tiempo tomándola. Pero, si lo piensas bien, si tomas muchas de esas monedas puede ser que llegues a tener una suma significativa. De hecho, algunas instituciones de caridad tienen como parte de sus valores el siguiente principio: “Pequeñas contribuciones pueden marcar una inmensa diferencia”.
En nuestra lectura devocional leímos sobre David y Goliat, en ella vemos a dos personas: una de gran valor por la fuerza que representa ante su pueblo filisteo, y otra que en apariencia es insignificante.
Sin embargo, al volver a verlos, pero ahora con los ojos de Dios, David era la persona realmente valiosa debido a su confianza en el Señor, a pesar de que su pueblo y el rey no tenían la más mínima esperanza de que este muchacho pudiera enfrentarse al gigante filisteo: “Tú no podrás ir contra ese filisteo para luchar contra él” (1 Samuel 17:33).
Pero David no tenía el “síndrome de la moneda insignificante”, sabía en quién había puesto su confianza (v.37), y no tenía por qué sentirse inferior o desesperado ante Goliat, su valor provenía de Dios mismo, y no escucharía ni al gigante ni a su rey quienes lo menospreciaban. Sabía lo que tenía que hacer y lo hizo.